Defiéndeme y, a continuación, FOTOGRAFÍAME.
Chirrido metálico fuera de casa. Los mineros, que se escabullen tras un charco de lluvia, me han dejado en el rellano un camello metálico sobre ruedas: es jornada de puertas abiertas en la mina del condado.
El ascensor que baja al visitante a la mina es una de sus jorobas. En la otra se guardan los papeles en los que recoges exhaustivamente, subrayándolos en rojo múltiples veces, los errores de Fred Astaire. Hay alguno de baile que me parece, por lo menos, debatible. Abro la portilla, como de estufa, de la joroba-ascensor y, con el fin de caber en tal cubículo, adopto las tesis del CRISTIANISMO TROMPETA –no hipócritamente; las defendería–. La joroba desciende hasta desaparecer.
Al instante la joroba asciende como un topo en el lomo —hasta aquel momento, con una sola joroba— de un segundo camello metálico. Salgo salpicado contra la pared de una gran cavidad mineral. Mi cuerpo se halla aplastado contra. Un muro de roca, por donde gotea formando una confesión:
«He entendido las semillas: te he entendido».
Al lado del camello, un minero observa la escena con la boca llena a reventar de maíz. Saca un spray de pintura, se me acerca y escribe sobre el lapo: «Escupir visitantes, NOT MAZORCA». La ha clavado.
El cuerpo –cubierto de pintura– se me va reconstituyendo poco a poco hasta que, finalmente, renqueante, soy capaz de volver a caminar para seguir los improperios del entrenador del B (van perdiendo) hasta una de las vetas de la mina: el mineral que extraen de entre la roca son coches pequeños de juguete de la Segunda Guerra Mundial.
En una proyección sobre un casco en un colgador, te cuentan (te tienes que acercar) que los coches de juguete son la materia prima con la que se fabrican los trenes de alta velocidad para tortillas a la francesa. Tortillas tiradas por las butacas y dobladas –con cuidado– sobre los respaldos.
En todos los vagones pone «Reservado, pero si quie»res subir, nadie –ya me dirás quién, de entre los pasajeros– te lo impedirá.
El coche que parece más rápido no se llegó a fabricar hasta mediados de los años setenta, en Polonia. Tiro para la playa, donde denunciaré el anacronismo despedazando una esponja de baño en la orilla, con la vista fija en el mar.
A veces… hay que ser expeditivo.