DE ANDORRA Y DE MARFIL

Saturday. Me levanté pensando en ti.

En Múnich, estamos en. Sí, claro, estamos en la fábrica de pianos pequeños El Tritó. Una de las cadenitas de montaje más robotizadas, con niños metálicos, soldadores y elefantes de trencadís que ruedan cuesta abajo hasta reventar tu casa. Por allí va (aparta) otro.

Estos pianos, ¡buf!, no tienen ni teclas. Atiende a su diseño: son murales gigantes con las palabras ANDORRA Y MARFIL, todo junto y en color de galaxia. Hay margen de mejora. Querría que los carteles estuviesen forrados con la piel de dinosaurios de verdad. Invertiré la vida en genética tan sólo para sacarles la blusa. Tengo presupuesto y mi familia me apoya.

También trabajo para que todas las letras de los murales tengan la forma de la A. Ya encontraré la manera de diferenciarlas. NO PUEDE SER TAN DIFÍCIL.

Dejadme decir que los laditos de estos pianos son placas, son. Son… una especie de… PERDÓN, MI HIJA, PERO HIJO QUE NO PARA, COMO DECÍA: son unas placas de aluminio.

Al final mirad QUÉ PASA ALLÍ: el viejo L’avi. Corre loco hacia los pianos, armado con un martillo oxidado POR EL TALLER QUE ESTABA SUCIO sus babas. Dobla un piano de modo que queda atrapado en medio del bocadillo, clavos curvados, pedazos de uña, está escondido, nadie lo ve.

«Todos somos falangistas», se despide.