Sumergir las manos en un bol de queroseno. Dormir. ¡Hay muchísimas más maneras de amortajar un barco! Con cuidado, la nuca [Lluís,
Rei.
Desfila amb parsimònia].
La manera más sonada de preparar la mortaja me ¡¡¡la!!!!, ey…, va, enseñó aquella ardilla que custodia –mientras corretea por la ciudad– tu partida de nacimiento bajo la pata. «Cola arrufada… Es ella». La aprendí la enseguida, la manera: en la cubierta del barco que nos servía de muestra, junto con otras de su camada que la seguían –mismo pelaje suave, cómo saltan, divertidos movimientos–, la ardilla se encaramó raudamente a un palo, no sé, el de mesana, en cuya cima desplegó una gran lona, áspera sobrepericada, de detrás de la cual salieron al instante cinco macarras con puños americanos.
Nueve días en el hospital.
Para que el barco se despida del mundo bien acicalado, puedo decir que –y mis magulladuras lo atestiguan– solo tienes que vestirte con tapas de yogures y quitártelas dentro de un vagón (de tren) camino de Bulgaria. En Serbia, apresúrate. El revisor las lame mientras sugiere cambios en tu actitud. «Va, millor així, de debò; si ho dic per tu» y puño cómplice en el mentón.
Se suele decir que el resultado luce. Esa fragata (dos sandías explotan)…
…la terminé ayer.